28 de enero de 2018

Capítulo #3. Recetas de magia blanca y dulce

“Regálame una estrella”/ El dulce de lechosa

Agloj, la maga blanca y dulce amaneció muy contenta ese día pues iba a prepararle algo a su abuelito Jencaaz para el día de su cumpleaños. La fecha era mañana, pero quería anticiparse en buscar los materiales que iba a usar en su receta. Corrió donde su abuelito y le dio un abrazo, diciendo,

                -Buenos días abue, te quiero mucho, y le dio un abrazo mágico, (como todos los abrazos de amor parental)

                -Buen día querida Olga, ¿como amaneces hoy?, preguntó

                -Estoy muy emocionada porque quiero prepararte algo muy especial para tu cumpleaños

                - Solo quiero un abrazo fuerte como el de hoy y que salgamos a pasear al rio, a ver figuras en las nubles, acostados en la ribera, propuso

                -Si claro, dijo, pero me refiero a que me gustaría regalarte algo especial el día de mañana

                -Uhmm ya entiendo. ¿Algo que quiera? “Regálame una estrella”, contestó

                -¿Una estrella?, preguntó como esperando que le aclarara el tamaño de la petición que le hacía

Se vieron por un rato en silencio y viendo que no había aclaratoria alguna, Olga sonrió, lo abrazó de nuevo y se marchó

                -¿Dónde consigo una estrella?, ¿Cuál estrella?, ¿Uso la magia?, se preguntó repetidamente como con una gran duda. Y con su duda salió a buscar respuestas con sus amigos del bosque.

Caminó largo y corrido pensando en el regalo, hasta que el Rio Tigre le detuvo su andar. Haciendo honor al nombre, se encontró con el  Tigre, un animal grande y como con manchas moteadas, pero manso y amigable, como un gato grande, en este caso. Es de Guárico, pero se vino a vivirá Monagas con nosotros, porque por allá los están cazando para usar sus pieles.

-Hola Tigre, dime, ¿dónde consigo una estrella?

-Hola querida Olga. He visto estrellas en los uniformes de gentes que persiguen a los cazadores que nos matan. ¿Te sirve esa estrella?

-No creo que sea un regalo… pensó

Y llego el Colibrí y escucho la conversación.

                -Yo de noche no vuelo pero he visto miles en el firmamento. Todas son nuestras, a veces le pongo nombres de familia que ya no están. Le puedes regalar una estrella.

                -Si, buena idea, pero ¿cómo la bajo de tan alto? Y pensó también que cuando era más pequeña había tratado alguna vez, de atrapar a la luna

De repente en el río que venía del caño del río grande se apareció un manatí. Los manatíes son animales mamíferos extraños pues no tienen brazos, parecen ballenas por lo gordas, y con cara de cochino. Olga pensaba en forma graciosa de la misma manera, pero nunca se le hubiera ocurrido decírselo. El manatí agregó finalmente,

                -A veces voy al mar y converso con mis amigas las estrellas de mar. Parecen estrellas del cielo pero con cinco patas y hablan por debajo; no se les escucha mucho porque siempre están boca abajo. Si quieres invito a una para que las conozcas, le dijo

                -No creo, gracias. No las conozco pero no creo que abuelo quiera tener una, contestó

Y así, como llegó, regresó a casa. Tampoco pensaba en estrellas de cine que a veces veían en la televisión. Antes de entrar a casa, fue a visitar a la tía Maruja, que era una maga blanca y dulce, pero que en su caso, ella no tenía ni la menor idea que era una de ellas.
                -Hola Tía Maruja, ¿qué estás haciendo?, preguntó

                -Hola Olga, acabo de tomar esta fruta del jardín y me dispongo a prepararla como dulce. Es de los preferidos de la gente, seguro lo conoces, se llama “dulce de lechosa”
Y Olga cerró los ojos y recordó su infancia, las manos de su madre, los olores, las especias y recordó sus  sabores.

                -Si tía, me encanta. ¿Me puedo quedar a ver? , solicitó

La tía Maruja había recolectado varios productos que observó en la mesa de la cocina: la lechosa verde, agua, clavos de olor, azúcar, y papelón, un trozo. Cortó la lechosa lavada en tres trozos. Pero cuando Maruja volteó uno de los trozos de la fruta cortada, lo ojos de Olga crecieron como del tamaño de una parapara (semilla negra grande), y con cara de asombro dijo para si misma:

                -Encontré la estrella de abuelito, esta es perfecta…, exclamó


Y es que la lechosa cuando la cortas tiene forma de estrella. Era la estrella perfecta para el regalo; era dulce, era de su jardín (ojalá hubieran), era una cosa que podía hacer, y era algo que se acercaba a la solución del acertijo. Y así siguió observando.   
            
Maruja le quitó la concha o piel con un cuchillo, cuidando no cortar sus dedos. La lechosa era como de un kilogramo. A cada pedazo le sacó las semillas, una a una y la cortó en trozos pequeños como dados, más o menos. Los colocó en agua hirviendo hasta ablandarlos un poco. Poco a poco les agregó una taza de azúcar, unos clavitos de olor (especia), y dos cucharadas de papelón o melaza de caña. En la preparación, se desprende un olor mágico producto de la cocción de la fruta, el papelón y el clavito.

                - Gracias tía, me voy corriendo a casa a prepararla, y se despidió

En su jardín, consiguió la lechosa verde de un kilo, la peló, pero la cortó en trozos grandes como de un centímetro de ancho, porque en su acto de magia, iba a usar el molde de estrella de hacer galletas, para que lechosa verde le quedara con esa forma. Así lo hizo. A todos los pedazos los cortó con el molde, y los retazos fueron cortados en trocitos. Esta vez le colocó poca agua pues sabía que la lechosa aporta una parte en la cocción, y cocinó hasta que el líquido quedara como un melado espeso y de color ámbar, producto del papelón y del azúcar cuando se cocina.

Al enfriarse, Olga  colocó el postre en la nevera, bien guardado para que el abuelo no lo viera. A la mañana siguiente, Olga corrió y le dio un gran abrazo, como había pedido. Luego salieron a caminar hasta el rio y compartieron con el tigre, el colibrí y el manatí, las formas graciosas que tienen las nubes en su paso, pero esta vez, la pequeña maga, estuvo con una gran sonrisa y sin hacer preguntas.

Al regresar a la casa, Olga ya como Agloj, la maga blanca y dulce, hubo de servirle el regalo a su abuelo Jencaaz. Su abuelo al ver su regalo perfecto, sintió que subía por su piel, un rubor mágico, que solo el orgullo y los deseos cumplidos, pueden producir. Sin dudas, el rubor al llegar a los ojos, se volvió  mar.
-

Alberto Lindner (aprendiz de mago blanco y dulce) 

Imágenes:
Lechosa. Wikipedia (2018)
Estrellas. Foto propia



11 de enero de 2018

Capítulo 2. Recetas de magia blanca

Mandocas dulces de anís

Hoy, Olga Josefina cumple 15 años. Ya es una señorita, y su abuelo orgulloso, el mago Jencaaz, tiene pensado darle una sorpresa a su nieta; hoy será su iniciación como maga blanca y dulce. Hoy Olga, deberá escoger su alias, su avatar como maga que se inicia; pues como saben, todo mago debe tener un alias. Ellos viven en un bosque, aunque propiamente no es tal, sino que es tan virgen, que parece sacado de un cuento de la prehistoria. El río que pasa por su casa se llama Tigre, y desemboca en uno de los caños del río Orinoco, en su camino al mar. Todo el borde está lleno de palmeras, de esas que producen aceites; el mago sabe hacer mantequillas de ahí.

            -Querida nieta, hoy cumples 15 años y comienzas tu camino sola, como maga blanca aprendiz.

-¡Qué maravilla abuelo!, no me lo esperaba… y lo abrazó

-¿Ya sabes cuál va a ser tu nombre de maga blanca?, preguntó

            -No abuelo, aún no lo sé. Estoy tan emocionada, que creo que voy a llorar. Voy a salir a caminar a ver que me inspira

            -Cuando vayamos al río ya debes saber tu nombre. ¿Quieres que te ayude?, volvió a preguntar

            -No abuelito. Es un nombre que me va a acompañar, así que voy a buscarlo yo misma, contestó

Y así la joven que ya no era niña, salió a caminar por el bosque mágico. Trataba de recordar este día especial, a su madre. No recordaba mucho de ella, pero siempre que la pensaba, recordaba  al anís.  El anís es una semilla que viene desde el oriente asiático hasta la costa del mediterráneo oriental. De allí lo deben haber traído los padres de su mamá que venían de Asia o de Europa. El anís al cocinarse suelta unos aceites muy aromáticos que sirven para aliviar los gases que se forman en las tripas de las personas. Su abuelo Jencaaz, también sabe hacer bebidas que están prohibidas a los niños.

-Hola mamá, no te recuerdo mucho hoy; debo escoger un nombre para ser maga, susurró, entre lágrimas.

En ese momento pasó por encima de su cabeza como a diez metros, una hermosa águila de cabeza blanca, que no es usual en este bosque. Ella dijo,

 -ahhh una Aglo…Y ella sabía que ese era un nombre en alguna lengua extrajera que no recordaba bien, pero en cuyo nombre logró identificarse plenamente.
-Asi es. Me llamaré Agloj, como decir, Olga al revés, y con la jota que es la voz en plural de las águilas y además es la jota de Josefina...!perfecto...!, dijo

Así, se fue corriendo a la casa a contárselo a su abuelo,

-Abue, mi avatar será: Agloj, el águila blanca

-Excelente nombre hija; dijo como quién no necesita tener más explicaciones porque sabe más de lo que aparenta

Salieron entonces, abuelo y nieta a caminar al rio Tigre. Conversaron, se bañaron, rieron, cantaron. En algún momento Olga cantó una canción en un idioma extraño, pero el abuelo no dijo nada. Al atardecer, regresaron.

Al caer la tarde, susurró otra vez:
,
suno kiu lumigas
malvarmiganta suno
luno, kiu gastigas,
donu al ni vian protekton 

(sol que alumbra
sol que enfria
luna que abriga,
danos tu protección)

El recuerdo del olor y del sabor al anís no se había ido de su cabeza. Ya quería preparar algo con las semillas que tenía su abuelo en la cocina. Con el recuerdo del anís, llegó a su memoria una frase: “Mandocas dulces de anís” y pudo recordar a su madre preparándolas en algún lugar del estado Zulia, muy lejos de donde vivían ahora.

Con ese recuerdo revisó la cocina y pudo entender que tenía casi todos los ingredientes, al menos, el anís. Colocó sobre la mesa harina de maíz, harina de trigo, semillas de anís, vainilla, sal y una pasta negra que salía del proceso de la caña de azúcar que se llamaba, melaza de caña. Tomó una hoja de papel y escribió todo lo que se le ocurría, (así hacer los magos blancos y dulces; que se dejan llevar por la inspiración y por la intuición).

Comparó lo que estaba escrito en el papel con los ingredientes que estaban sobre la mesa y validó. Faltaban cosas y así salió a ver que le ofrecía la naturaleza, no sin antes tomar el balde para el ordeño. Primero, buscó un plátano muy maduro en el sembradío, (aquel que tiene la concha negra pero es maduro por dentro), y consiguió uno perfecto. Luego recogió un huevo fresco de gallina de las jaulas,  y de allí se fue directo a la vaca. Olga sabía ordeñar; lo aprendió muy chica de su abuelo. Con dos maños en las ubres, cantó nuevamente, en una secuencia rítmica, por una parte de quién ordeña y canta , y del sonido que produce el chorro, al caer en el tobo de metal.

Regresó a la casa y volvió a verificar lo que tenía con lo que estaba escrito. Antes de hacer la preparación, Agloj, tuvo que hacer queso cortado, para sustituir el que tenía el mago en la nevera.

-Lleva un litro de leche tibia, un poco de sal y se coloca a fuego medio en la estufa. Se revuelve por diez minutos y se corta con un limón. Se revuelve por diez minutos más y se deja reposar, se dijo como para estar segura. -Al enfriarse se pasa por un cedazo muy fino y se separan los sólidos y los líquidos, así lo hizo.

Agloj también trituró el plátano maduro hasta hacer una pasta. Finalmente, mezcló primero los sólidos, las dos harinas, el anís, la sal, un poco de azúcar y revolvió. Luego colocó el huevo, el queso, más o menos una taza, la taza de leche tibia, el plátano en compota, y amasó hasta obtener una masa que no se pegaba en los dedos. Tuvo que agregar un poco de harina adicional, para que no se pegara tampoco en la vieja tabla de madera de su abuelo. La tabla estaba teñida de sueños y esperanzas; por eso, era tan bueno amasar en ella.

Las mandocas de anís son como un abrazo, un sello, una alianza; es un compromiso. Alivia, alegra, agradece.

Ella tomó una porción y recordó sus juegos de niña con plastilina haciendo tiras de masa. Una a una las amasó, las estiró y suavemente la dobló y cerró como quién abraza. Tenía al final, todas tenían forma de lazo.
Colocó en el fuego un sartén con aceite muy caliente y las frió hasta que se pusieron doradas, crujientes y aromáticas. El olor era fantástico, tanto, que Jencaaz  fue hasta la cocina a conocer del hecho.

-¿Qué cocinas, Agloj?, preguntó

-Estoy haciendo las mandocas zulianas, con una receta que recuerdo, le respondió

-Uhmm de la tierra de tu madre, afirmó como quién sabe

-¿Cuándo me vas a contar sobre ella, abue?, preguntó la joven

Jencaaz cerró los ojos como para contener las lágrimas. Respiró profundo y le dijo que no tenía nada que decir, aun sin abrir los ojos.

Las mandocas dulces de anís, quedaron doradas, crujientes por fuera y blanditas por dentro. El sabor del plátano, el maíz y el anís estaba en equilibrio mágico, como debía ser.

Las colocó en una bandeja con servilletas de papel para retirar la grasa, a la vez que las espolvoreó con azúcar molida. Ese día, Jencaaz invitó a los vecinos, que no eran magos, para compartir la magia de la primera receta sola, de su nieta. Con las cantidades que usó, la joven maga obtuvo 30 mandocas.

Ese día también, el cielo estuvo de fiesta.

Agloj recogió la cocina, la limpió y arregló; también volvió a colocar el queso cortado que iba a sustituir. Pero dejó olvidada su nota donde escribió los ingredientes de la receta. Esa noche, su abuelo Jencaaz, que fue a la cocina a tomar agua, la vió brillar en la oscuridad; la leyó en voz baja, como susurrando, pues sabía que al leerla, lo iba a encantar:

Mandocas dulces de anís
Ingredientes:
1 taza de harina de maíz
1 taza de harina de trigo, pasada antes por el cernidor
1 huevo fresco
1 cucharadita de anís. (Mejor si hacemos una infusión en la taza de leche que lleva y deja enfriar)
1 taza de leche tibia (Puede tener el anís)
6 cucharadas de aceite
3 cucharadas de azúcar
Azúcar para espolvorear encima al gusto
4 cucharadas de melaza de caña
Pizca de sal
1 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de vainilla
1 taza de queso cortado de leche, de más de un día de preparado
Amor

El abuelo, se estremeció al leer el último de los ingredientes




Fuente de la imagen: hablemosdeaves.com