11 de enero de 2018

Capítulo 2. Recetas de magia blanca

Mandocas dulces de anís

Hoy, Olga Josefina cumple 15 años. Ya es una señorita, y su abuelo orgulloso, el mago Jencaaz, tiene pensado darle una sorpresa a su nieta; hoy será su iniciación como maga blanca y dulce. Hoy Olga, deberá escoger su alias, su avatar como maga que se inicia; pues como saben, todo mago debe tener un alias. Ellos viven en un bosque, aunque propiamente no es tal, sino que es tan virgen, que parece sacado de un cuento de la prehistoria. El río que pasa por su casa se llama Tigre, y desemboca en uno de los caños del río Orinoco, en su camino al mar. Todo el borde está lleno de palmeras, de esas que producen aceites; el mago sabe hacer mantequillas de ahí.

            -Querida nieta, hoy cumples 15 años y comienzas tu camino sola, como maga blanca aprendiz.

-¡Qué maravilla abuelo!, no me lo esperaba… y lo abrazó

-¿Ya sabes cuál va a ser tu nombre de maga blanca?, preguntó

            -No abuelo, aún no lo sé. Estoy tan emocionada, que creo que voy a llorar. Voy a salir a caminar a ver que me inspira

            -Cuando vayamos al río ya debes saber tu nombre. ¿Quieres que te ayude?, volvió a preguntar

            -No abuelito. Es un nombre que me va a acompañar, así que voy a buscarlo yo misma, contestó

Y así la joven que ya no era niña, salió a caminar por el bosque mágico. Trataba de recordar este día especial, a su madre. No recordaba mucho de ella, pero siempre que la pensaba, recordaba  al anís.  El anís es una semilla que viene desde el oriente asiático hasta la costa del mediterráneo oriental. De allí lo deben haber traído los padres de su mamá que venían de Asia o de Europa. El anís al cocinarse suelta unos aceites muy aromáticos que sirven para aliviar los gases que se forman en las tripas de las personas. Su abuelo Jencaaz, también sabe hacer bebidas que están prohibidas a los niños.

-Hola mamá, no te recuerdo mucho hoy; debo escoger un nombre para ser maga, susurró, entre lágrimas.

En ese momento pasó por encima de su cabeza como a diez metros, una hermosa águila de cabeza blanca, que no es usual en este bosque. Ella dijo,

 -ahhh una Aglo…Y ella sabía que ese era un nombre en alguna lengua extrajera que no recordaba bien, pero en cuyo nombre logró identificarse plenamente.
-Asi es. Me llamaré Agloj, como decir, Olga al revés, y con la jota que es la voz en plural de las águilas y además es la jota de Josefina...!perfecto...!, dijo

Así, se fue corriendo a la casa a contárselo a su abuelo,

-Abue, mi avatar será: Agloj, el águila blanca

-Excelente nombre hija; dijo como quién no necesita tener más explicaciones porque sabe más de lo que aparenta

Salieron entonces, abuelo y nieta a caminar al rio Tigre. Conversaron, se bañaron, rieron, cantaron. En algún momento Olga cantó una canción en un idioma extraño, pero el abuelo no dijo nada. Al atardecer, regresaron.

Al caer la tarde, susurró otra vez:
,
suno kiu lumigas
malvarmiganta suno
luno, kiu gastigas,
donu al ni vian protekton 

(sol que alumbra
sol que enfria
luna que abriga,
danos tu protección)

El recuerdo del olor y del sabor al anís no se había ido de su cabeza. Ya quería preparar algo con las semillas que tenía su abuelo en la cocina. Con el recuerdo del anís, llegó a su memoria una frase: “Mandocas dulces de anís” y pudo recordar a su madre preparándolas en algún lugar del estado Zulia, muy lejos de donde vivían ahora.

Con ese recuerdo revisó la cocina y pudo entender que tenía casi todos los ingredientes, al menos, el anís. Colocó sobre la mesa harina de maíz, harina de trigo, semillas de anís, vainilla, sal y una pasta negra que salía del proceso de la caña de azúcar que se llamaba, melaza de caña. Tomó una hoja de papel y escribió todo lo que se le ocurría, (así hacer los magos blancos y dulces; que se dejan llevar por la inspiración y por la intuición).

Comparó lo que estaba escrito en el papel con los ingredientes que estaban sobre la mesa y validó. Faltaban cosas y así salió a ver que le ofrecía la naturaleza, no sin antes tomar el balde para el ordeño. Primero, buscó un plátano muy maduro en el sembradío, (aquel que tiene la concha negra pero es maduro por dentro), y consiguió uno perfecto. Luego recogió un huevo fresco de gallina de las jaulas,  y de allí se fue directo a la vaca. Olga sabía ordeñar; lo aprendió muy chica de su abuelo. Con dos maños en las ubres, cantó nuevamente, en una secuencia rítmica, por una parte de quién ordeña y canta , y del sonido que produce el chorro, al caer en el tobo de metal.

Regresó a la casa y volvió a verificar lo que tenía con lo que estaba escrito. Antes de hacer la preparación, Agloj, tuvo que hacer queso cortado, para sustituir el que tenía el mago en la nevera.

-Lleva un litro de leche tibia, un poco de sal y se coloca a fuego medio en la estufa. Se revuelve por diez minutos y se corta con un limón. Se revuelve por diez minutos más y se deja reposar, se dijo como para estar segura. -Al enfriarse se pasa por un cedazo muy fino y se separan los sólidos y los líquidos, así lo hizo.

Agloj también trituró el plátano maduro hasta hacer una pasta. Finalmente, mezcló primero los sólidos, las dos harinas, el anís, la sal, un poco de azúcar y revolvió. Luego colocó el huevo, el queso, más o menos una taza, la taza de leche tibia, el plátano en compota, y amasó hasta obtener una masa que no se pegaba en los dedos. Tuvo que agregar un poco de harina adicional, para que no se pegara tampoco en la vieja tabla de madera de su abuelo. La tabla estaba teñida de sueños y esperanzas; por eso, era tan bueno amasar en ella.

Las mandocas de anís son como un abrazo, un sello, una alianza; es un compromiso. Alivia, alegra, agradece.

Ella tomó una porción y recordó sus juegos de niña con plastilina haciendo tiras de masa. Una a una las amasó, las estiró y suavemente la dobló y cerró como quién abraza. Tenía al final, todas tenían forma de lazo.
Colocó en el fuego un sartén con aceite muy caliente y las frió hasta que se pusieron doradas, crujientes y aromáticas. El olor era fantástico, tanto, que Jencaaz  fue hasta la cocina a conocer del hecho.

-¿Qué cocinas, Agloj?, preguntó

-Estoy haciendo las mandocas zulianas, con una receta que recuerdo, le respondió

-Uhmm de la tierra de tu madre, afirmó como quién sabe

-¿Cuándo me vas a contar sobre ella, abue?, preguntó la joven

Jencaaz cerró los ojos como para contener las lágrimas. Respiró profundo y le dijo que no tenía nada que decir, aun sin abrir los ojos.

Las mandocas dulces de anís, quedaron doradas, crujientes por fuera y blanditas por dentro. El sabor del plátano, el maíz y el anís estaba en equilibrio mágico, como debía ser.

Las colocó en una bandeja con servilletas de papel para retirar la grasa, a la vez que las espolvoreó con azúcar molida. Ese día, Jencaaz invitó a los vecinos, que no eran magos, para compartir la magia de la primera receta sola, de su nieta. Con las cantidades que usó, la joven maga obtuvo 30 mandocas.

Ese día también, el cielo estuvo de fiesta.

Agloj recogió la cocina, la limpió y arregló; también volvió a colocar el queso cortado que iba a sustituir. Pero dejó olvidada su nota donde escribió los ingredientes de la receta. Esa noche, su abuelo Jencaaz, que fue a la cocina a tomar agua, la vió brillar en la oscuridad; la leyó en voz baja, como susurrando, pues sabía que al leerla, lo iba a encantar:

Mandocas dulces de anís
Ingredientes:
1 taza de harina de maíz
1 taza de harina de trigo, pasada antes por el cernidor
1 huevo fresco
1 cucharadita de anís. (Mejor si hacemos una infusión en la taza de leche que lleva y deja enfriar)
1 taza de leche tibia (Puede tener el anís)
6 cucharadas de aceite
3 cucharadas de azúcar
Azúcar para espolvorear encima al gusto
4 cucharadas de melaza de caña
Pizca de sal
1 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de vainilla
1 taza de queso cortado de leche, de más de un día de preparado
Amor

El abuelo, se estremeció al leer el último de los ingredientes




Fuente de la imagen: hablemosdeaves.com 

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